Por: Gerardo Medina Romero
Sin duda alguna, los cambios internos siguen a la orden del día en cualquier organización que está tratando de adaptarse a esta nueva realidad. Muchas iniciativas, proyectos y esfuerzos internos nacen todos los días listos para consumir gran parte de nuestro tiempo y energía mental. Algunos de estos proyectos son impuestos por nuestros jefes y otros propuestos por nosotros mismos, siempre con una voluntad genuina de buscar algún beneficio para nuestras organizaciones; sin embargo, cada vez más nos encontramos con la falta de claridad sobre lo que se quiere lograr con estos proyectos.
Estoy seguro de que si en este momento haces una pausa a esta lectura y revisas la última presentación que tengas de cualquier proyecto en el que estés o hayas participado recientemente, te darás cuenta que los objetivos están redactados en función de lo que se va a hacer y no de lo que se va a lograr. Es por ello que leerás cosas como: "Desarrollar un modelo…" en lugar de cosas como: "Contar con un modelo…".
Pareciera un detalle irrelevante; sin embargo, a lo largo de mi carrera he podido darme cuenta del impacto tan poderoso que puede tener en la mente de las personas de un equipo de trabajo la manera en que se redacta el objetivo. Programamos nuestra mente para trabajar y hacer un gran esfuerzo, pero no para conseguir logros.
En mi opinión, redactamos así los objetivos por un miedo inconsciente a asumir el compromiso por el resultado sin tener control de todas las variables asociadas y preferimos comprometernos tan solo a esforzarnos.
"Definir e implementar acciones de mitigación…" (que pueden o no funcionar), no tiene el mismo grado de responsabilidad que "Mitigar…". Es muy fácil comprometerse a tratar, a trabajar y a echarle muchas ganas sin sentir el compromiso de lograrlo porque cuando vemos una redacción contundente que plantea un objetivo a manera de logro, sentimos de pronto un escalofrío que nos recorre todo el cuerpo por el peso tan grande que se siente la responsabilidad de cumplirlo.
El objetivo debe ser un destino y no un camino. El camino es la estrategia, el plan de trabajo y las actividades a desarrollar mientras que el objetivo es el premio, el producto final, el entregable, el resultado, el logro. Es una condición final del estado en que deseamos o necesitamos ver a la organización después de haber realizado el esfuerzo.
Debemos acostumbrarnos a definir nuestros objetivos a partir de lo que necesitamos lograr y dejar de utilizar verbos que describan tan solo el esfuerzo que vamos a realizar. Mentalmente nos programamos para conformarnos con el esfuerzo de "rediseñar procesos", sin exigirnos a que ese mismo esfuerzo dé como resultado procesos eficientes que logren los objetivos del negocio.
Seguramente algunos de ustedes estarán pensando en la metodología SMART, cuyas siglas en inglés define las características que debe reunir un objetivo bien formulado (específico, medible, alcanzable, relevante y con tiempos definidos). Sin embargo, en mi opinión una acción puede cumplir con estas características y aun así no sería un objetivo.
México es considerado uno de los países en el mundo donde más se trabaja, pero donde somos menos productivos. Nos encanta presumir todo lo que hacemos sin importar si logramos con ello algo o no. Pareciera que culturalmente nos da miedo comprometernos al logro.
Debemos cambiar de una vez nuestra mentalidad enfocada al esfuerzo y asumir que si queremos tener éxito en lo que hagamos a nivel profesional, debemos comenzar desde el momento en que planteamos los objetivos de nuestro trabajo y de nuestros proyectos, para enfocarlos al resultado y al logro.
Comienza por modificar la redacción de los objetivos de los documentos y presentaciones de proyectos que tienes, elimina los verbos y redáctalos nuevamente enfocándote solo en los resultados. Léelos nuevamente y acostúmbrate a sentir la adrenalina del compromiso que ello implica. Ahora simplemente lógralos.
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